Y es que somos cuerpos y no goteras, somos bastante más que una cadena de montaje de válvulas, esfínteres y órganos que se dosifican con miedo a abandonar la cojera de las hienas, somos la rebelión material más sofisticada contra la entropía, milagros de especificidad, pues de los millones de espermatozoides que nadaron en el semen de tu padre por la trompa de tu madre aquella noche de camping sólo tu llegaste al óvulo, inaugurando una combinación genética irrepetible que, a lo largo de sus 27 años de vida tomó millones de decisiones que podían haber virado el rumbo de las cosas hacia desarrollos alternativos, como ser columnista en un periódico local, o repostera, y co-evolucionó con contingencias tan heterogéneas que posibilitaron millones de combinaciones y que fueron decantando, sin ningún plan, tus ilusiones, tus gustos, tus miedos, tus capacidades, hasta que por fin, hoy, giras tu armario para no tener pesadillas o concibes la utopía como algo parecido a recolectar frambuesas para desayunar y que tu casa sea un molino de río, y todas esas cosas únicas que van delimitándote y que siento temblar en tu boca el segundo antes de morderla despacio para simplemente colindarte y que no te pierdas en tu propia inmensidad. Y lo mismo pasó con tu madre y tu padre y sus padres y tu pueblo y tu especie y tu planeta: y así, en todo el universo, y sólo tú eres tú y sólo yo soy yo, y nos une lo contrario al miedo.
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