Cada individuo, de acuerdo con sus miedos o deseos, obsesiones o premoniciones, tendrá que dar forma y sustancia a esos Grandes Transparentes cuya misión parece que consistiría en instalarnos en una duda ilustrada: si existieran otras especies “por encima del hombre”, entonces tendríamos que reajustar nuestra visón del mundo y del rango que tenemos en él, y abdicar de la ridícula pretensión de ser dueños de la creación, con permiso incluso para destruirla. Jose Manuel Rojo, Transparencias y proyecciones del mito surrealista.
Somos atravesados sin cesar por las bestias. Enormes seres invisibles que se alzan desafiándonos, emboscándonos, conduciéndonos, desgarrándonos o unificándonos. Al llegar la noche, tras una llamada de teléfono, en el destello de una caricia, en el sabor de unas uvas, en los prolegómenos de la lluvia, o en cualquiera de los millones de próximos gestos posibles.
Por ejemplo, la autenticidad, que te apuñala. O el derroche de uno mismo compartiéndose con la gente que se quiere. O bien el tamaño del universo, la generosidad que estalla en la revuelta como un volcán, la plenitud y sus bocanadas, el brillo del instante en el centro del mundo, la esperanza que se aprieta para espantar las malas noticias, el amor enhebrado, la imparable continuidad de todas las horas.
Mediante un lenguaje menor, pues sólo los signos ligeros pueden posarse en las bestias, este bestiario piensa en ellas, siente en ellas y canta a través de ellas. Y como siempre, pues ése es el secreto de todas las canciones, se canta para afianzar un destino: nunca podremos dejar de ser carne de monstruos.
0 comentarios:
Publicar un comentario